En la comarca de La Mancha, entre las primeras estribaciones de los Montes de Toledo y la amplia llanura Manchega se encuentra el municipio de Villarrubia de los Ojos, nombre cuyo origen latino está en el término Rubeum, haciendo referencia al color rubio del terreno. A partir del siglo XI paso a llamarse Villa Rubeum, más tarde Villarrubia, y a partir del siglo XVI, Villarrubia de los Ajos. Será a partir del siglo XVIII cuando se llame Villarrubia de los Oxos del Guadiana, que degeneraría en la actual Villarrubia de los Ojos.
Bañado por aguas del Gigüela y el Guadiana, antes de su unión en el Parque Nacional de las Tablas, Villarrubia de los Ojos fue habitado ya en la Edad del Bronce (1500 A.C., como atestigua el yacimiento de la Motilla de Zuacorta. En los "Ojos del Guadiana", "Xetar", "Renales" y el "Lote" se han encontrado yacimientos de época romana y restos de una calzada, que llevaría desde Zuacorta a orillas del río Guadiana, hasta el municipio de Consuegra (Toledo), atravesando la Sierra de Villarrubia, donde se han encontrado vestigios que certifican la existencia de castillejos prerromanos, a los que hacen referencia topónimos como "peñas pintadas", "plaza de armas" y "plaza Manciporras".
El 2 de Mayo de 1466 tuvo lugar en esta villa un hecho que cambió la Historia de España. El Maestre de Calatrava D. Pedro Girón, viajaba desde Almagro, al frente de 3000 hombres, al encuentro de D.ª Isabel, Infanta de Castilla, futura Isabel la Católica, con la que iba a contraer nupcias. Inesperadamente, D. Pedro murió en Villarrubia de los Ojos, evitándose así su matrimonio con la futura Reina de España. Villarrubia de los Ojos, posiblemente el mejor Mirador de toda Castilla-La Mancha.
Para rastrear el primer poblamiento humano en esta comarca debemos remontarnos al Paleolítico Inferior, concretamente al período Achelense, tal y como se puede concluir a partir de los hallazgos de materiales líticos producidos en las terrazas del Guadiana y de sus principales afluentes. Buena parte de los materiales paleolíticos recuperados en el área de Villarrubia de los Ojos proceden de parajes como Monte Máximo y El Chaparrillo. Se trata de bifaces lanceolados y micoquienses, hendedores y diversos útiles sobre lasca, documentándose en algunos casos la presencia de la técnica levallois. Este tipo de productos líticos demuestran que los grupos humanos responsables de su elaboración ya habían alcanzado un considerable dominio de la tecnología al realizarse útiles en los que la simetría y el cuidadoso acabado ponen de manifiesto un grado de conceptualización y abstracción notable. Por lo tanto, podemos afirmar que los homos que elaboraron este tipo de industria debían haber experimentado un avance intelectual y manipulativo que les permitiera producir una industria lítica con este grado de sofistificación.
Este tipo de útiles permiten avanzar, "grosso modo", una cronología entre hace 300.000-200.000 años. De este modo, los autores de esta industria podrían corresponder al tipo Homo Heidelbergensis, tipo de homo derivado del Homo Antecessor, que poblaría la Península Ibérica desde, al menos, un millón de años.
La siguiente etapa que también encontramos representada en esta zona corresponde al Paleolítico Medio, período que se caracteriza por el desarrollo de un nuevo tipo de industria como es el Musteriense, en el que tendrá un notable protagonismo un tipo de útiles denominados raederas, y en el que adquiere un considerable auge la técnica levallois. En este ámbito predomina el Musteriense de Tradición Achelense, definido por la presencia de un elevado porcentaje de bifaces, lo cual denota el fuerte peso de las tradiciones industriales anteriores. Este complejo cultural estará protagonizado por el Hombre de Neandertal, homo que evolucionaría en el Viejo Continente a partir del Homo Heidelbergensis.
Tras esta etapa correspondiente al Paleolítico Medio, que comprendería entre hace 120.000 y 30.000 años, encontramos en este área, al igual que en el resto de la provincia, un sorprendente vacío poblacional, cuyas causas no están suficientemente aclaradas.
El aparente despoblamiento constatado desde el Paleolítico Superior parece extenderse hasta una fase poco definida entre el Neolítico y el Calcolítico, etapa que en esta zona se encuentra representada a través de diferentes objetos como puntas de flecha de sílex, útiles pulimentados, fragmentos de cerámicas de tipo campaniforme, etc. recuperados por aficionados en Arenas de San Juan, Daimiel, Malagón y Villarrubia de los Ojos, concretamente en yacimientos como Jétor, Buenavista, Valdeoro, Las Bachilleras, Lote, Renales y Areneros del Puente del Conde. Posiblemente también pueden corresponder a este período muchos de los molinos barquiformes documentados en esta área, que ponen de manifiesto el desarrollo, al menos desde esta etapa, de una economía productora basada en la explotación agrícola de las zonas más fértiles de este territorio. Durante el Calcolítico y muy especialmente a través de la difusión de la Cultura del Vaso Campaniforme se produce la generalización en este ámbito de la Meseta Meridional de la metalurgia del cobre.
La caracterización cultural de este período en el entorno de Villarrubia de los Ojos aún es insuficiente, al igual que sucede en el resto del ámbito provincial.
El área de Villarrubia de los Ojos conocerá su primer gran desarrollo poblacional durante la Edad del Bronce, fundamentalmente en el Bronce Pleno, etapa en la que observamos una ocupación bastante intensa de este territorio, tal y como se traduce del importante número de asentamientos conocidos adscribibles a este período.
A partir de los estudios llevados a cabo por equipos de investigadores de la Universidad de Granada y de la Universidad Autónoma de Madrid se ha podido definir el denominado Bronce Manchego, en el cual se han diferenciado diversas "facies" o tipos de asentamientos que responden a distintos procesos de adaptación al medio por parte de grupos distintos que, posiblemente, constituyeron un área cultural común. Las facies establecidas son: cuevas, fondos de cabaña, morras, abrigos, castellones y motillas, de las cuales, hasta el momento, tan sólo tenemos representadas las dos últimas en el entorno de Villarrubia de los Ojos.
Se trata de asentamientos ubicados en lugares elevados y escarpados, que suelen presentar sistemas de fortificación que complementan las defensas naturales de los lugares en los que se establecen. A este tipo de asentamiento pertenecen los poblados de Los Castellones y Colmillo del Diablo (en el límite administrativos entre Fuente el Fresno y Villarrubia de los Ojos), El Cerrajón, Cerro de la Virgen de la Sierra y Panciporras.
Las posibilidades agrícolas del entorno en el que se ubican estos poblados en altura no son muy destacadas, aunque la presencia en estos asentamientos de algunos molinos sugiere que tuvo que existir una cierta actividad agrícola. Por otro lado, esta zona ha estado tradicionalmente vinculada con actividades ganaderas que quedan confirmadas por el paso de rutas pecuarias que atraviesan los Montes de Toledo, concretamente en las inmediaciones del Cerrajón y de los Castellones. La presencia de pesas de telar ponen de manifiesto el desarrollo de la actividad textil.
En nuestra zona de estudio contamos con un buen número de asentamientos encuadrables en esta facies: Motilla de Zuacorta, Motilla de la Casa del Cura, Motilla de la Vega Media, Motilla de la Albuera, Motilla de Daimiel, Motilla de la Máquina, Motilla de las Cañas y Motilla del Azuer. Salvo alguna referencia a la existencia de la Motilla de Valdevao, noticia que debería ser confirmada, parece que hasta el momento no se ha identificado ninguna motilla dentro del actual término municipal de Villarrubia de los Ojos, si bien casi todas se encuentran muy próximas, especialmente las motilla de Zuacorta y de la Máquina localizadas junto a la divisoria con el término municipal de Daimiel.
La existencia de motillas es, en gran medida, uno de los elementos más definidores del Bronce Manchego. Las motillas son poblados fortificados situados en zonas llanas, donde destacan notablemente del terreno circundante. Pueden aparecer en el valle de un río, junto a zonas pantanosas o en áreas relativamente alejadas de recursos fluviales.
Las motillas constan de una gran torre central de planta cuadrangular o rectangular, que puede llegar a alcanzar los seis metros de altura, cuya funcionalidad sería básicamente la de control visual y a la que se accedería a través de rampas de piedra. En torno a ella se articula una serie de murallas concéntricas. Los espacios que quedaban entre las distintas líneas de fortificación serían empleados para diversas funciones económicas y, quizá también como lugar de habitación.
A partir de la gran cantidad de grano recuperada en este tipo de asentamiento se ha establecido que la agricultura sería la actividad económica predominante, complementada con la ganadería de ovicápridos, bóvidos y suidos y la práctica cinegética. Para algunos investigadores la situación estratégica de las motillas se explicaría por el control y desarrollo de una importante actividad comercial.
La cronología que podemos establecer para las motillas se basa en las dataciones obtenidas en la Motilla del Azuer, que ha aportado una fecha del 1740 a.C. para sus inicios y una de 1300 a.C. para su etapa final.
El denominado "Bronce Manchego" se desarrolla durante el Bronce Antiguo y el Bronce Pleno, pero no se extiende al Bronce Final. Durante el Bronce Final se produce en nuestras tierras un fenómeno común a otras áreas peninsulares, como es un significativo cambio en el patrón de poblamiento: los anteriores poblados del Bronce se abandonan, de forma casi generalizada, y empieza a buscarse otro tipo de emplazamiento en función de una nueva realidad socioeconómica que estará condicionada por la actuación en la Península Ibérica en esta etapa de una serie de influencias diversas (atlánticas, ultrapirenaicas y mediterráneas) que provocan cambios sustanciales en el sustrato indígena.
Durante el Bronce Final y los primeros momentos de la Edad del Hierro empiezan a ser ocupados los asentamientos que tendrán un gran protagonismo durante la época ibérica, constituyéndose en los "oppida" más destacados de la provincia (La Bienvenida, Alarcos, Cerro de las Cabezas...) y que ponen de manifiesto la llegada de esas influencias foráneas a las que nos hemos referido anteriormente. En el entorno de Villarrubia de los Ojos también contamos con elementos que podemos situar cronológicamente en esta etapa: en la motilla del Azuer (Daimiel) en el nivel de abandono (hacia el 1200 a.C.) se recuperó un fragmento de cerámica de "boquique"1, tipo cerámico que también se documenta en el poblado de la Plaza de los Moros de Malagón.
La progresiva incidencia de los influjos culturales extrapeninsulares, fundamentalmente mediterráneos, sobre el sustrato indígena aportará a estos pueblos una serie de elementos novedosos como el torno y la tecnología del hierro y, en conjunto, dará como fruto el inicio de un proceso conocido como iberización, que cristalizará en la formación durante la II Edad del Hierro de los pueblos iberos, muchos de los cuales conocemos por las fuentes clásicas. A partir del análisis de los escritores grecolatinos como Plinio, Polibio, Estrabón, Ptolomeo... podemos concluir que los territorios comprendidos en la actual provincia de Ciudad Real estuvieron ocupados en época ibérica, al menos durante su etapa final, por los oretanos y los carpetanos. Los oretanos se extendían por la mayor parte de nuestra provincia y de la provincia de Jaén, mientras que los carpetanos ocuparían territorios de las actuales provincias de Madrid, Cuenca, Toledo y norte de Ciudad Real, concretamente por la comarca de San Juan. Esta distribución de oretanos y carpetanos, si bien debe ser tomada con las debidas precauciones ya que las fuentes clásicas no son muy explícitas sobre esta cuestión, pone de manifiesto que en el ámbito en el que nos encontramos se situaba la zona de contacto entre ambos pueblos. A la hora de analizar los límite entre oretanos y carpetanos es preciso tener presente que en ningún caso podemos plantear el moderno concepto de frontera sino, más bien, entender este área como zona de intercambio cultural, proceso que se vería reforzado por el paso por este territorio de importantes vías de comunicación.
La información aportada por estas fuentes difícilmente puede ser contrastada con aportaciones arqueológicas o epigráficas debido a su escasez, aunque en el ámbito que nos compete podemos mencionar la existencia de una importante infraestructura como es el puente de Villarta de San Juan, tradicionalmente considerado de época romana, y la noticia del hallazgo de un miliario en las proximidades de Puerto Lápice. Por este territorio pasarían dos de las vías mencionadas en el Itinerario de Antonino, concretamente la vía 29 en el tramo que uniría Laminio (Alhambra) con Titulcia, pasando por las mansiones de Murum y Alces (¿Alcázar de San Juan?), y la vía 30 en el tramo comprendido entre Laminio y Consabro (Consuegra). Corchado Soriano (1969) también defiende como segura una vía que unía Córdoba con Toledo, que en el tramo que nos interesa penetraría en la provincia de Ciudad Real por Fuente el Fresno para dirigirse hacia Calatrava la Vieja. Es posible que estuviera vinculada con esta rutas la calzada romana que, según Corchado Soriano, pasaría por el paraje de Zuacorta.
Por lo que respecta a las vías pecuarias debemos tener presente el trazado de la Cañada Soriana Oriental que atravesaría los Montes de Toledo por el término municipal de Fuente el Fresno para dirigirse por Malagón, Alarcos y Veredas hacia el Valle de Alcudia. A este tipo de vías naturales representadas por las rutas ganaderas habría que añadir la red fluvial, que tuvo que constituir un punto de referencia obligado para la constitución de los ejes de comunicación prerromanos.
Esta red de comunicaciones, que muy posiblemente empezó a configurarse a partir del cambio en el patrón de poblamiento producido en el Bronce Final, estará en función del modelo de poblamiento que se establece en el ámbito oretano septentrional y que se estructura a partir de tres tipos básicos de asentamientos. En primer lugar encontramos una serie de grandes "oppida", que normalmente se encuentran por encima de las 8-10 has. de extensión y que se constituyen en centros de poder y de administración, con actividades diversificadas, entre las que se puede incluir el control y seguimiento de la producción llevada a cabo en una serie de asentamientos de carácter agropecuario, cuya extensión puede oscilar entre 0,5 y 2 has. En este tipo de asentamientos de tamaño intermedio se han encontrado productos importados como cerámica griega, cuyo origen más inmediato estaría en los "oppida" de los que dependían, los cuales distribuirán este tipo de elementos de prestigio para premiar y fomentar la producción económica de éstos. Por último, aparecen una serie de pequeños asentamientos, que pueden oscilar entre los 500 y 2000 m2, posiblemente constituidos por la agrupación de unas cuantas viviendas, que se localizan en terrenos llanos muy próximos a recursos hídricos y en ricas zonas de vega, lo que define su eminente carácter agrícola vinculado a otros asentamientos mayores. En estos pequeños asentamientos no aparecen elementos de importación y las cerámicas, en muchos casos, ofrecen un aspecto algo más tosco.
A este modelo responde el esquema de poblamiento documentado para la plena época ibérica (V-III a.C.) en el área de las Tablas de Daimiel y Villarrubia de los Ojos, en un territorio de unos 40 km de longitud, donde encontramos dos "oppida" destacados: Calatrava la Vieja y Los Toriles, que estructurarían el poblamiento y la explotación económica de toda esta zona. En un estadio intermedio aparecen una serie de asentamientos como la motilla de Las Cañas, Renales y Buenavista, donde se documenta cerámica ibérica de gran calidad y, en algún caso, elementos de importación como cerámica ática. Finalmente encontramos una amplia representación de caseríos o pequeñas unidades de explotación agraria en Jétor, Monte Máximo, Los Farrales, Cominar..., separados por una distancia entre 1,5 y 2 km. de media, mientras que los asentamientos intermedios se encuentran distanciados unos 7-8 km. y los "oppida" unos 25 km.
De los yacimientos de época ibérica documentados en el término municipal de Villarrubia de los Ojos sobresale por sus características y materiales el de Los Toriles (García Huerta y Morales Hervás, 2000), ubicado sobre un espolón amesetado que se eleva unos metros entre el curso del Guadiana y una vaguada de este río al otro lado. En este paraje se aprecia la existencia de materiales arqueológicos de época ibérica y romana a lo largo de una enorme superficie de terreno1. Se localizaron indicios de cerca de un centenar de tumbas, pero sólo se pudo recuperar "in situ" una media docena de enterramientos. A pesar de todo se pudo constatar, a partir de la presencia de urnas cinerarias e incluso de restos de un empedrado tumular, la existencia de una interesante necrópolis de incineración con una amplia cronología, desde el siglo IV a.C. hasta comienzos del I a.C.
El tipo de material recuperado en el yacimiento de Los Toriles, pone de relieve la trascendencia de este asentamiento, que tendría una ocupación muy amplia, al menos desde plena época ibérica hasta la etapa imperial romana. Entre los materiales documentados se encuentran fíbulas, regatones, trozos de falcatas, colgantes de bronce, pesas de telar, estatuillas, monedas y cerámicas de diverso tipo como "terra sigillata", campaniense, barniz rojo, pintada y estampillada ibérica, gris, ática de barniz negro. Entre la cerámica griega podemos destacar un fragmento, posiblemente perteneciente a un escifo, de barniz negro con motivos pintados en rojo (García Huerta y Morales Hervás, 1999). Estos materiales de importación ponen de manifiesto la integración de estas tierras del interior en amplios circuitos comerciales, al menos, desde la primera mitad del siglo IV a.C.
El área de Villarrubia de los Ojos, al igual que la mayor parte de la actual provincia de Ciudad Real, en la primera división administrativa establecida por los romanos durante la República (197 a.C.) quedaría incluida dentro de la Provincia Hispánica Citerior, que en tiempos de Augusto sería denominada Tarraconense. Con la nueva estructuración administrativa llevada a cabo bajo el mandato de Diocleciano este territorio quedaría incluido en la Provincia Carthaginensis.
El interés que ofrecía este territorio para los romanos era doble: por un lado constituía una obligada zona de paso para comunicar zonas de importancia estratégica como el Valle del Guadalquivir y el Sudeste con núcleos como Toletum y Complutum. Por otra parte, la explotación agropecuaria de estas tierras era un elemento básico dentro del proceso de explotación económica desarrollada por los romanos. Por ello, no resulta extraño el considerable número de pequeños asentamientos de carácter agrícola de época romana que podemos encontrar en el entorno de Villarrubia de los Ojos: Zacatena, Molemocho, Jétor, Renales, Lote, Buenavista, Cominar, Arenas, Los Farrales..., destacando por encima de todos ellos el asentamiento de Los Toriles, que en época romana posiblemente incrementó la importancia que ya tenía en la etapa ibérica.
El poblado de Los Toriles se encuentra junto al paraje de Zuacorta por donde, según Antonio Blázquez (1892), pasaría una vía romana y se ubicaría la "mansio" de Murum, citada en fuentes itinerarias romanas como el Itinerario de Antonino y el Anónimo de Rávena. En nuestra opinión, resultaría más lógico pensar que esta "mansio" coincidiera con el yacimiento de Los Toriles debido a su importancia en época romana, siendo Zuacorta un enclave dependiente.
Los asentamientos de época romana localizados en el entorno de Villarrubia de los Ojos han aportado una amplia y variada muestra de elementos: cerámica sigillata, monedas, aperos agrícolas, molinos, broches, vidrio, figurillas... En algún caso se ha podido recuperar también restos de teselas pertenecientes a mosaicos, lo cual parece ratificar que podrían tratarse de "villae" o asentamientos de carácter agropecuario localizados cerca de vías de comunicación y en zonas llanas aptas para el desarrollo de tareas agrícolas. Este tipo de asentamiento empezará a desarrollar su actividad a finales del siglo I d.C., pero alcanzará su máximo esplendor en época tardoimperial coincidiendo con la crisis económica del siglo III que llevará a los sectores más acomodados de la sociedad a asentarse en el ámbito rural huyendo de la inestabilidad y la presión fiscal de las ciudades. La villa, en cualquier caso, es un buen exponente del tipo de explotación económica implantada por Roma en los territorios conquistados.
Tras la época de esplendor representada por el período de dominación romana, la etapa visigoda presenta una enorme dificultad para su caracterización como consecuencia de los escasos datos ofrecidos por las fuentes escritas y la reducida aportación de la arqueología. Es muy probable que esta zona, como parece que sucede en buena parte del territorio peninsular, experimente un cierto despoblamiento paralelo a la concentración de la población en un menor número de enclaves.
Poco a poco diversos hallazgos arqueológicos de elementos correspondientes a la época visigoda permiten realizar una somera aproximación a este período. Contamos con cerámicas y objetos de adorno personal como broches de cinturón recuperados en Arenas de San Juan y Villarrubia de los Ojos. También hay restos arquitectónicos como una pilastra de mármol decorada con motivos florales descubierta en Daimiel y una placa con temas vegetales procedente de Villarrubia de los Ojos (Caballero Klink, 1998). Podemos suponer que las tumbas de época visigoda encontradas hace años en los alrededores de la ermita de la Virgen de la Sierra responderían a unas características similares a las de la necrópolis de la Cruz del Cristo, pero al no haber sido objeto de una excavación sistemática los restos recuperados desaparecieron sin haber sido documentados convenientemente por lo cual no es posible aportar una información más detallada.
La encomienda de Villarrubia
ras la conquista de Toledo por Alfonso VI en 1085, la frontera entre el reino de Castilla y Al-Ándalus quedó instalada en los Montes de Toledo. Durante el siglo XII la cuenca del Guadiana fue escenario permanente de las luchas entre musulmanes y cristianos y sufrió las incertidumbres creadas por las variaciones de la línea fronteriza que separaba ambas zonas. Las dificultades que planteaba su defensa hicieron que los monarcas castellanos decidieran entregar estas tierras a las Órdenes Militares que serían también las encargadas de su repoblación después de que la victoria de Alfonso VIII sobre los almohades en las Navas de Tolosa (1212) significara la conquista definitiva de la zona.
El castillo de Villarrubia, que ya existía en la época musulmana, se integró en la Orden de Calatrava, al menos de forma definitiva, después de la Concordia hecha entre ésta y la Orden de San Juan para el deslinde de sus respectivos términos en 1232. Villarrubia quedó convertida, por tanto, desde mediados del siglo XIII, en una de las muchas encomiendas que poseía la Orden en el Campo de Calatrava.
El arrendamiento de las tierras de pasto en invierno a los ganados trashumantes constituyó la fuente principal de ingresos de la encomienda de Villarrubia, como también de todas las encomiendas del Campo de Calatrava. Al frente de las encomiendas se situaba un comendador, cargo vitalicio que recaía por nombramiento del maestre en un caballero de la Orden. El primer comendador de Villarrubia de que se tiene noticia es Alvar Fernández.
En el siglo XV la Orden de Calatrava intervino activamente en las luchas de la nobleza contra la monarquía castellana. Sólo en este contexto puede entenderse la muerte en la encomienda de Villarrubia, en extrañas circunstancias, del maestre de la Orden, Pedro Girón, en 1466. Conjuntamente con su hermano Juan Pacheco, marqués de Villena, fue promotor de una liga nobiliaria contra Enrique IV tendente a someter el poder real a los intereses de la oligarquía castellana. Para apaciguar a los nobles rebeldes Enrique IV pactó con ellos el enlace de don Pedro Girón con la infanta Isabel. Para conseguir este propósito, así como para ayudar a los designios del marqués de Villena, que pretendía el reparto del reino, marchó al frente de tres mil hombres, desde Andalucía a Castilla, pero, inesperadamente, murió en Villarrubia, y el avance de sus tropas se detuvo inmediatamente.
Los Reyes Católicos acabaron sometiendo las Órdenes Militares y su patrimonio pasó a la Corona. Sus sucesores, Carlos I y Felipe II, vendieron algunas encomiendas de la Orden de Calatrava (previa autorización por bulas pontificias) a nobles que querían ampliar sus posesiones. El propósito era obtener recursos para las guerras que la monarquía española mantenía en Europa. Los trámites de la venta de Villarrubia se iniciaron en 1543 cuando la encomienda de Villarrubia fue desmembrada de la Orden de Calatrava. En 1550 se decidió su venta al III conde de Salinas y Ribadeo, Diego Gómez Sarmiento de Villandrando, por 93.000 ducados, aunque ésta no quedó formalizada hasta 1551. Villarrubia se convirtió así en un señorío nobiliario perteneciente a los condes de Salinas .
Los nuevos tiempos que corrían para la villa se dejaron notar en sus símbolos. El intento de borrar la huella de la Orden de Calatrava llevó a la eliminación del rollo o picota anterior a la nueva jurisdicción señorial. Se impuso de igual manera el escudo de armas de los condes de Salinas con los trece roeles característicos. La eliminación del rollo era una forma, además, de mostrar el sometimiento de la villa y del Concejo a la preeminencia del señorío. No fue fácil, sin embargo, para los nuevos dueños doblegar a la villa; justo al contrario, el Concejo se resistió a ver anuladas las libertades que Villarrubia de los Ajos había mantenido en la época en que fue encomienda de la Orden de Calatrava. Durante casi trescientos los pleitos con el señorío fueron continuos por el nombramiento de las autoridades municipales o por los derechos sobre los pastos del término.
Diego Gómez Sarmiento era un noble que había tomado parte en su juventud en las guerras libradas por Carlos V, pero ahora, en los últimos años de su vida, quería descansar de la política y la guerra; se estableció en Villarrubia y la convirtió el centro de sus extensos estados. Inició la construcción de una casa-palacio en el emplazamiento donde había estado la casa-encomienda.
El conde de Salinas que gozó de mayor relevancia política en su tiempo fue Diego de Silva Mendoza. Hijo de la princesa de Éboli y de un noble portugués, en realidad era conde de Salinas en calidad de consorte. Felipe III le nombró virrey de Portugal en 1617. Tuvo también fama literaria como poeta.
En el siglo XVI era comúnmente conocido nuestro pueblo con los nombre de Villa Rubia de los Ajos y Villarrubia de Arenas lo primero porque sus vecinos se dedicaban muy especialmente al cultivo de este cereal, y el segundo por estar situado cerca de aquel pueblo.
El momento de mayor expansión demográfica se correspondió con la segunda mitad del siglo XVI. En 1551 Villarrubia contaba con una población de unos 500 vecinos; cifra que aumentó hasta 925 vecinos en 1591. El crecimiento demográfico se vio favorecido por la llegada de moriscos granadinos a nuestra población; factor éste que fue potenciado por los condes de Salinas. Sin embargo, veinte años más tarde la población se vio reducida a 700 vecinos por culpa del hambre y por la gran epidemia de peste de 1596-1602. En 1610 se produjo la expulsión de los moriscos, pero como ha demostrado Trevor J. Dadson, gran parte de los moriscos expulsados volverían a reintegrarse en los años posteriores. La población de Villarrubia siguió descendiendo hasta 1690 (509 vecinos), fecha que marcó el punto más bajo de la población de Villarrubia desde principios del siglo XVI. Los factores determinantes de esa pérdida de población fueron las epidemias y las crisis de subsistencias. A partir de 1690 la población empezó a aumentar de nuevo, aunque tardará hasta principios del siglo XIX para volver a los niveles del siglo XVI. Éstas son algunas de las cifras de población de Villarrubia en los siglos XVIII y XIX: Catastro de Ensenada en 1753 (2.460 habitantes, correspondientes a 600 vecinos); Censo de Aranda de 1768 (2.997 habitantes); Censo de Floridablanca de 1787 (3.255); 1826 (990 vecinos, 4.274 habitantes); 1860 (5.704 habitantes), 1877 (5.374 habitantes); 1887 (5.840 habitantes); 1897 (5.857 habitantes); 1900 (5.337 habitantes).
Rodrigo Sarmiento de Silva, VIII Conde de Salinas y de Ribadeo, hijo de Diego de Silva, contrajo matrimonio en 1622 con la IV duquesa de Híjar, Isabel Margarita Fernández de Híjar, una de las mayores herederas de España en el siglo XVII. Inmediatamente tomó Rodrigo Sarmiento los títulos de su esposa, y desde aquel momento fue conocido exclusivamente por el título de duque de Híjar.
Nuestro Rodrigo Sarmiento (1600-1664) ha sido el personaje más conocido y el más controvertido de todos los duques de Híjar. Ha pasado a la historia por su fracaso en el intento de secesionar en 1648 el Reino de Aragón de la monarquía española durante el reinado de Felipe IV. Las ambiciones políticas del duque de Híjar habían comenzado mucho tiempo atrás. Y también sus problemas con el rey Felipe IV y sobre todo con los validos de éste, el conde-duque de Olivares y más tarde don Luis de Haro. Estos problemas ya le habían ocasionado al duque de Híjar dos destierros a Villarrubia de los Ojos, donde el rey decidió alejarlo de la Corte: el primero en 1631 y el segundo entre 1644-1645.
Recientemente el hispanista Trevor J. Dadson ha publicado una excepcional obra sobre los moriscos de Villarrubia, gracias a la cual la historia de los moriscos y por ende la historia de Villarrubia entre los siglos XV y XVII nos es bien conocida.
Antes de la expulsión de los moriscos de Granada y su dispersión por Castilla tras la rebelión de la Alpujarras en 1570, ya existía una considerable población morisca en Villarrubia; si bien, la instalación en nuestro pueblo de una gran cantidad de estos moriscos granadinos contribuyó a acelerar su crecimiento demográfico en el último cuarto del siglo XVI. Los moriscos antiguos de Villarrubia, para diferenciarse de los recién llegados, presumían de los privilegios que les habían sido concedidos por los Reyes Católicos y posteriormente confirmados por la reina Juana y por Felipe II. Estos moriscos, que representaban alrededor del 38% de la población de Villarrubia a mediados del siglo XVI, apenas se diferenciaban de los cristianos viejos. Los había alcaldes, regidores, clérigos, letrados, escribanos, maestros, etcétera. Habían abandonado su lengua árabe y sus prácticas islámicas. Tampoco la llegada de los moriscos nuevos causó demasiado sobresalto en una población dentro de la cual se iban asimilando.
En 1610 Felipe III decretó la expulsión de los moriscos castellanos. Esta medida se hizo efectiva en nuestras tierras en 1611. En Villarrubia, la mayoría de los moriscos expulsados regresaron en los años posteriores.
En su libro Trevor J. Dadson destaca la convivencia entre cristianos viejos y nuevos en Villarrubia. El que la Inquisición jamás se entrometiera en los asuntos internos de la villa es prueba de esas buenas relaciones entre cristianos viejos y moriscos y también de la protección que los condes de Salinas brindaron a los moriscos. En los años de la expulsión ese espíritu de cooperación existente daría sus frutos haciendo más fácil el retorno de las familias moriscas expulsadas reiteradamente en 1611,1612 y 1613.
La jurisdicción señorial estuvo representada por el Alcalde Mayor o Gobernador, elegido por los condes de Salinas. Además de impartir justicia y velar por el orden público, el otro gran cometido del Alcalde Mayor era mantener controlado al Concejo.
Encabezando las autoridades municipales se encontraban dos alcaldes ordinarios y cuatro regidores. Para el nombramiento de los alcaldes ordinarios la costumbre, al igual que en el Campo de Calatrava, era la insaculación de dos nombres de cada estado, es decir, dos pertenecientes al estado noble y dos pertenecientes al de los pecheros o estado general, entre los que el alcalde mayor, como representante del duque de Híjar, elegía uno de cada, a los que entregaba las varas en signo de autoridad por un año, desde la fecha de San Miguel (29 de septiembre). Los regidores, dos por cada estado, los nombraban anualmente los duques de Híjar. La intromisión del Alcalde Mayor en la vida municipal estuvo en el origen de numerosos pleitos entre el Concejo y el señorío.
Las pocas familias hidalgas que había en la villa y el derecho de éstas a la mitad de oficios hizo que hasta el siglo XVIII un número reducido de familias monopolizaran los cargos concejiles: la familia Gijón, la familia Díaz Hidalgo o la familia Aysa.
La fundación del convento de frailes capuchinos en Villarrubia tuvo su origen en las mandas testamentarias que hicieron en 1619, Pedro Sánchez Conejero y su esposa Catalina Zamora, dejando sus bienes para que se edificase un convento de "frailes Franciscanos Descalzos". En 1638 el duque de Híjar, Rodrigo Sarmiento "señor en lo temporal y espiritual" de la villa, hizo ofrecimiento de estos bienes a los capuchinos. Ese mismo año quedaron instalados provisionalmente en la ermita de Ntra. Sra. de la Caridad, que estaba muy cerca de la plaza de la villa, hasta que se eligiera un nuevo lugar más adecuado para la instalación definitiva del convento.
Los capuchinos que se caracterizaban por una forma de vida austera pudieron vivir en Villarrubia gracias a la caridad de la población. Ésta obtuvo como principal beneficio de los capuchinos la atención pastoral y el socorro de los más pobres. Los capuchinos despertaron un gran fervor entre los villarrubieros, sobre todo con ocasión de la predicación de la Cuaresma, privilegio del cual gozaron desde su establecimiento en Villarrubia.
A lo largo del siglo XVIII los efectivos de la comunidad se mantuvieron bastante estables: en 1753 eran doce los religiosos y dos los donados (Catastro de Ensenada). En 1768 pasaron a ser 10 los sacerdotes, tres los legos y dos los donados (Censo de Aranda). En 1787 había 16 frailes y 3 criados. De ellos 9 profesos, 3 legos y 4 donados (censo de Floridablanca).
Villarrubia llegó a convertirse en un nudo principal de las comunicaciones que los franceses realizaban a través de La Mancha. La ruta preferente, ya que se quería evitar el puente de Villarta, partía de Madridejos y continuaba por Consuegra, Villarrubia y Daimiel hasta llegar a Manzanares. En esta última población los franceses fijaron la capitalidad de La Mancha.
Hasta febrero de 1809 nuestro se vio libre de la presencia de tropas francesas, pero a partir de entonces Villarrubia sufrió, como toda La Mancha, continuos movimientos de tropas, tanto francesas como españolas. Avances y retiradas sin enfrentamientos importantes es la tónica hasta la decisiva batalla de Ocaña en noviembre de 1809. El general Víctor volvía a ocupar el día 10 de diciembre Villarrubia de los Ojos. Comenzaba así una prolongada etapa de ocupación donde los habitantes de Villarrubia sufrieron continuas requisas, contribuciones y represalias. Los franceses instalaran en Villarrubia un destacamento militar con carácter permanente. El hecho de que Villarrubia no fuera una de las zonas de actividad guerrillera principales guarda relación con esto, porque las guerrillas actuaban principalmente en zonas alejadas de los principales núcleos con destacamentos franceses.
En 1811, en medio de la ocupación francesa, el problema de la falta de subsistencias fue un problema verdaderamente acuciante para la población de Villarrubia. La langosta había destruido ese año de 1811 buena parte de las mieses. La situación fue tan dramática que los franceses tuvieron que emplearse a fondo en la utilización de la fuerza para recoger víveres. Las exacciones se llevaban a cabo con la mayor de las violencias. Se hacían registros domiciliarios y se les pagaba a los denunciadores de ocultaciones con el 10% de lo que se descubría.
Los años de la guerra dejaron a Villarrubia en una calamitosa situación económica. Esta situación no mejoró, ni tan siquiera, con la retirada francesa en marzo de 1813. A las contribuciones ordinarias se siguieron sumando las contribuciones extraordinarias por el incesante paso, ahora, de las tropas españolas.
Los decretos de Cádiz se retrasaron más de la cuenta en su puesta en vigor en nuestras tierras. En 1813, a pesar de que las autoridades provinciales intentaron restablecer la normalidad en la recaudación de tributos, la reacción de la población consistió en la resistencia al pago de aquéllos que entendían había sido abolidos por las Cortes de Cádiz, como era el caso de los diezmos.
La reforma liberal quedó, por tanto, muy limitada en sus aportaciones prácticas debido a la coyuntura bélica en que se encontró la zona hasta 1813 y el escaso margen de tiempo entre la paz y el restablecimiento del poder absoluto en 1814.
En lo que se refiere a las consecuencias demográficas, la guerra ocasionó en Villarrubia una pérdida cuantiosa de población. Un acta del ayuntamiento de julio de 1813, aunque haya que tomarlo con cierta cautela, menciona una población de 555 vecinos. Aunque también se observa una espectacular recuperación de la población en los años posteriores a la guerra. En 1817 volvía a contar con 957 vecinos.
Después de la guerra de la independencia la iglesia quedó en un estado prácticamente ruinoso; la cornisa quedó desplomada, la bóveda abierta en la parte de la capilla mayor e incluso las grietas llegaban a los cimientos.
El final de la guerra de la Independencia propició el regreso de Fernando VII a España y el restablecimiento del absolutismo entre 1814 y 1820.
Fue durante le período conocido como el Trienio liberal (1820-1823) cuando la villa vivió con mayor intensidad las luchas políticas entre absolutistas y liberales. Este período nos es bien conocido también gracias al libro de Juan Díaz Pintado Revolución liberal y neoabsolutismo en La Mancha (1820-1833). Manuel Adame, El Locho. Bernabé del Águila Bolaños encabezaba en Villarrubia la plana mayor de los liberales. Todos ellos se integraron en la Milicia Nacional, cuyo comandante era Bernabé del Águila. Los milicianos de Villarrubia se distinguieron por su carácter exaltado. Bernabé del Águila decía que “había que defender la Constitución hasta morir”; para todos ellos Riego era un héroe (“Sacratísimo” lo llamaba Aysa); había que “degollar a los realistas” y “todo el que no quisiera la Constitución era menester ahorcarlo” (Gabriel Sánchez de Milla); también abundaron los insultos hacia el Rey (“todos los males los traía él” (Aysa) y “era un narizotas cara de pastel, que no mandaba en cosa alguna” (Bernabé del Águila) o que “no hacía más que empreñar a todas las que se ponían por delante, que era bueno para garañón y no para Rey” (Aysa).
Los años del Trienio Liberal fueron años caracterizados por el revanchismo que ejercieron los liberales sobre los realistas o absolutistas. Eran los antiguos odios y rencillas y las antiguas disputas por el poder local, con el añadido ahora, de un clima de preguerra civil por la oposición ideológica existente entre absolutismo y liberalismo, entre partidarios del Antiguo y del Nuevo Régimen.
La reforma eclesiástica del Trienio, suprimiendo los conventos de menos de doce religiosos, tuvo como consecuencia la supresión del convento de capuchinos de Villarrubia. A los frailes de Villarrubia se les obligó a optar entre la secularización o por su reagrupamiento en el convento de Calzada de Calatrava. Dice Díaz Pintado que “bajo una exacerbada atmósfera política la comunidad aguantó insultos, calumnias y amenazas sin parangón en la provincia”. Los capuchinos fueron expulsados el 25 de junio de 1821. No obstante, ésta no fue la expulsión definitiva de los capuchinos. Los capuchinos regresaron en 1823 cuando se restableció el absolutismo. Finalmente el convento quedó definitivamente suprimido en 1835, bajo el gobierno del conde de Toreno.
En 1822 el clima en la población se semejaba ya a una auténtica guerra civil. Las partidas realistas, levantadas contra los gobernantes del Trienio por muchas partes de España, proliferaron también por las sierras de Villarrubia; mientras, la Milicia Nacional realizaba batidas por las Sierra haciendo prisioneros entre los realistas.
La vuelta al absolutismo en 1823, con la intervención de los Cien Mil Hijos de San Luis, significó la abolición de toda la obra legislativa e institucional del Trienio; también la instalación de un tenaz régimen represivo contra los liberales. Se inició la “década ominosa” (1823-1833). La represión se acompañó de la formación en todas las poblaciones de un cuerpo paramilitar encargado de la de la defensa del régimen absolutista, “los voluntarios realistas”, que se convertirían en unidades de las que saldrían gran parte de los futuros guerrilleros carlistas. En Villarrubia, el odio acumulado de los voluntarios realistas contra los liberales se desató, con intentos de asesinato y muertes de por medio, en el momento en que más de cuarenta milicianos nacionales fueron excarcelados y algunos de ellos volvían a tomar las riendas del poder local favorecidos por el Alcalde Mayor, Isaac Bachiller Jaramillo, al que acusaban de filoliberal.
Nada más estallar el conflicto carlista el ayuntamiento de Villarrubia se apresuró a proclamar su adhesión a la reina Isabel II y a la regencia de María Cristina. Los primeros meses de la guerra transcurrieron sin en el mayor sobresalto, pero el 13 de abril esa tranquilidad se vio alterada por la presencia en la población de la partida carlista que dirigía Manuel Adame (a) El Locho. La defensa de la población por parte de la Milicia Nacional se saldó con siete milicianos muertos. Los contemporáneos de las guerras carlistas mencionaban este episodio como uno de los más heroicos de la guerra en tierras manchegas.
Desde comienzos de 1835 las partidas carlistas comenzaron a proliferar por los Montes de Toledo, constituyendo una amenaza muy seria para los pueblos de la zona. Las filas carlistas se incrementaban de forma constante con desertores, quintos, jornaleros desocupados y bandoleros. Por nuestros contornos merodearon diversas partidas carlistas como las que encabezaban “La Diosa”, Solana, Luis González, Palillos o Jara. Este último tuvo en la quintería de Renales, al menos durante algún tiempo, su centro de operaciones. Las escaramuzas entre las partidas carlistas y la milicia de Villarrubia fueron constantes. Las bajas que produjeron estos enfrentamientos nos constan en el archivo parroquial. Pero no solamente las partidas carlistas inquietaron a los pueblos de La Mancha, hemos de referirnos también a las correrías por la zona de La Mancha de la expedición carlista de don Basilio Antonio García, que también hizo acto de presencia en determinados momentos en Villarrubia (enero, marzo y abril de 1838).
El aspecto que más puede llamarnos la atención fue la feroz represión que sufrieron los familiares de los carlistas. Decenas de éstos fueron pasados por las armas después de unos macabros “sorteos de la muerte”. Claro, que en venganzas y violencias tampoco se quedaron a la zaga los carlistas. Tristemente célebres por su crueldad fueron los carlistas villarrubieros Antonio Gallego Lerma (a) el “Manco de Cañamón”, Contentillo y Calaberilla. Las medidas de represalia contra las familias de los carlistas llegaron a extremos de una crueldad asombrosa en 1839 y 1840, época en que fue comandante en jefe de la provincia de Ciudad Real y la de Toledo el general Trinidad Balboa.
Las desamortizaciones fueron la pieza clave en el proceso de sustitución del Antiguo Régimen por la sociedad capitalista. Antiguas formas de propiedad de la tierra, las propiedades amortizadas, que tenían su origen en la Edad Media, fueron sustituidas por la propiedad privada y libre, es decir, capitalista. En el proceso desamortizador se distinguen dos fases. La primera, conocida como desamortización eclesiástica, se inició en 1836 siendo ministro de Hacienda Mendizábal. La segunda etapa, la desamortización de Madoz, se inició en 1855, en el bienio progresista. Se denomina desamortización civil o general, y afectó fundamentalmente a los bienes de los municipios. El déficit de la Hacienda fue la razón fundamental de la decisión de desamortizar, pero muchos de quienes apoyaron la venta de estas propiedades estaban convencidos de que la liberalización de la propiedad rural mejoraría la eficiencia de la agricultura. Pero la desamortización fue una ocasión perdida para llevar a cabo una verdadera reforma agraria. No solo no corrigió, sino que acentuó, los profundos desequilibrios en cuanto a la propiedad de la tierra.
La desamortización eclesiástica comenzó en Villarrubia en 1839 con el anuncio de la subasta de los desaguados del río Gigüela, pertenecientes a la Mesa Maestral. Sin embargo, se llevó a cabo principalmente entre los años 1843 y 1844. Durante esos años se vendió el convento de los capuchinos (su comprador fue Antonio Arenas), la dehesilla de Jétar y pequeñas fincas pertenecientes al clero secular. No obstante, en Villarrubia la desamortización eclesiástica no tuvo la relevancia que posteriormente tendrá la desamortización de Madoz. En total se vendieron unas 125 hectáreas, según Ángel Ramón del Valle Calzado. Unas cifras bastante reducida comparadas con las más de 13.000 hectáreas vendidas durante la desamortización de Madoz.
Efectivamente la desamortización de Madoz fue de tal magnitud en nuestro municipio que el transcurso de unos cincuenta años la mitad del término de Villarrubia pasó de ser propiedad municipal a propiedad privada.
La desamortización de Madoz se inició en Villarrubia de los Ojos con la venta de la Dehesa de Montehueco y Cañadillas en 1856; le seguiría la dehesa de Guadianilla en 1859 y la dehesa de Gigüela en 1863. A partir de 1863 se inició también la venta de los quintos de la sierra; aunque la lentitud en la tramitación de los expedientes hizo que éstos se vendieran en su mayor parte entre 1873 y 1874, coincidiendo con la Primera República. Hubo, sin embargo, repetidas quiebras de los adjudicatarios que alargaron el proceso desamortizador hasta 1910. De la desamortización de Madoz quedó exceptuada la Dehesa Boyal.
Dentro de los compradores podemos distinguir tres grupos:
Entre las consecuencias de la desamortización están la concentración de la propiedad de la tierra y el caciquismo, en tanto un amplio número de trabajadores agrícolas no propietarios (jornaleros, arrendatarios), dependen de unos pocos y grandes propietarios que habían aumentado sus tierras con la compra de los bienes municipales desamortizados. Además, con estas ventas la propiedad comunal se perdió y se deterioró gravemente el nivel de vida del campesinado.
El período que los historiadores llaman Sexenio Democrático comenzó con la revolución “Gloriosa” de septiembre de 1868 que acabó destronando a Isabel II e implantando un régimen democrático en España, basado en el sufragio universal masculino.
En Villarrubia al poco de iniciarse la revolución en Cádiz se constituyó una Junta Revolucionaria presidida por Blas de Heredia que de inmediato se adhirió al levantamiento. Estuvo actuando en la clandestinidad hasta el 30 de septiembre en que ocupó sin resistencia el Ayuntamiento, el mismo día de la huída de Isabel II. Dicha Junta revolucionaria fue la encargada de la reorganización de la Milicia Nacional. El gran número de voluntarios que ingresaron en la Milicia Nacional es otra prueba evidente del fervor revolucionario que se vivió en nuestra localidad los primeros meses de la revolución. Blas de Heredia fue la figura más destacada del progresismo en Villarrubia.
Los villarrubieros varones mayores de 25 años participaron por primera vez en unas elecciones generales en enero de 1869. En los dos meses anteriores hubo una febril actividad política favorecida por las libertades de imprenta, reunión y asociación decretadas por el Gobierno Provisional. En medio de esa campaña aparecieron los primeros republicanos en Villarrubia, encabezados por el farmacéutico José García Torrealba, que sería más adelante alcalde durante la I República.
Aunque la tercera guerra carlista se considera que se inicia en 1872, desde 1869 merodearon por nuestra población diversas partidas de carlistas. Entre agosto y septiembre de 1869 los Voluntarios de la Liberad de Villarrubia (“El batallón de los voluntarios de Prim”) realizaron diversas batidas que dieron como resultado el apresamiento de varios carlistas. Especialmente dramáticos fueron los años 1872-1874 en los cuales la población estuvo continuamente amenazada por las partidas carlistas (Crisantos Gómez o Amador Villar).
Autoría de los textos de poblamiento prehistórico y antiguo: Francisco Javier Morales Hervás.
Autoría de los textos que hacen referencia al periodo del siglo XII al XIX: Jesús Tomás Vallejo Cañadilla.
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